“Momento Económico”
6 de enero de 2000
El mundo del siglo XXI se caracterizará por la existencia de un puñado de grandes potencias que impactarán de diversas maneras el curso de los acontecimientos globales. El sistema internacional ha sufrido un relajamiento con motivo del fin de la guerra fría y eso ha propiciado que los países ahora cuenten con la posibilidad de promover sus intereses sin la presión hegemónica y rígida que ejercieron EEUU y la URSS favoreciendo la confrontación Este-Oeste. Ello no significa que la posguerra fría constituye el fin de las hegemonías, toda vez que los actores del sistema internacional poseen diferentes capacidades y vulnerabilidades y esas diferencias determinan que existan Estados, agrupaciones de Estados, organismos internacionales, etcétera, con mayor capacidad de influencia que otros. Evidentemente, los actores con mayores capacidades intentarán concretar sus aspiraciones hegemónicas.
Caracterizar a las grandes potencias del siglo XXI entraña numerosos problemas. El principal estriba en definir las bases del poder, es decir, aquellas características que posibilitan que un país o grupo de países se erijan en grandes potencias. En la guerra fría, la ubicación de las grandes potencias era un proceso relativamente sencillo. Dado que el poder en las relaciones internacionales de la era bipolar se estructuraba sobre todo en función de las capacidades militares, era evidente que EEUU y la URSS eran las grandes potencias de la época.
Sin embargo, en la posguerra fría las capacidades militares per se no son suficientes para dotar a un país o conjunto de países de poder. Piénsese en Arabia Saudita, nación que es el principal comprador de armas en el mercado internacional. El que Arabia Saudita posea un vasto arsenal no lo convierte en gran potencia. Por tanto, a efecto de identificar a las grandes potencias del siglo XXI es menester rastrear las fuentes del poder.
El componente militar es importante, pero a diferencia de la guerra fría no es determinante. A él se añaden las capacidades económicas florecientes (a ambos recursos, el militar y el económico se les suele definir como hard power), y también el desarrollo científico-tecnológico, la capacidad de influenciar al mundo a través de múltiples canales (soft power) y la posibilidad de movilizar los recursos materiales y humanos en la consecución de objetivos globales. La base material y humana de las grandes potencias debe ser, por tanto, vasta, de manera que el país o conjunto de países en cuestión, sea (n) capaz (ces) de proyectar liderazgo tanto a nivel regional como global.
Es en función a estos criterios que se han identificado seis grandes potencias cuyo desenvolvimiento será crucial en el mundo del tercer milenio. Estas potencias son: Estados Unidos, la Unión Europea, Japón, la República Popular China, la Federación Rusa e India. Ahora bien, a diferencia de otras épocas en la historia de la humanidad, las seis potencias de referencia se desenvolverán en un entorno globalizado e interdependiente en el que las variables económicas serán cruciales tanto por los límites como por las potencialidades que entrañan. Ciertamente, las seis potencias referidas cuentan con capacidades medibles en términos del hard y del soft power, lo cual contribuirá a que tomen las decisiones pertinentes que posibiliten la promoción de sus intereses en el planeta.
Las grandes potencias que se vislumbran en el siglo XXI son muy distintas entre sí y cuentan, naturalmente, con diversos niveles de desarrollo. Tres de ellas son países (o conglomerados de países) capitalistas industrializados (EEUU, la Unión Europea y Japón). Otra de ellas es una economía en transición (Federación Rusa). Las dos restantes son países en desarrollo (República Popular China e India). Esta diversidad es una muestra del relajamiento del sistema internacional y de la nueva configuración del poder en las relaciones internacionales. Nadie niega la preeminencia del triángulo Washington-Bruselas-Tokio en terrenos como la inversión extranjera directa, la capacidad financiera, el comercio internacional, la innovación científico-tecnológica y el nivel de influencia que tienen en organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Empero, soslayar el vertiginoso crecimiento económico de la República Popular China; las profundas transformaciones económicas y estratégicas que se gestan en India; y la importante transición que vive Rusia presentaría una visión restringida acerca de las relaciones económicas internacionales de finales de siglo y milenio.
Todas las grandes potencias poseen notables capacidades pero también tienen puntos débiles. No existe, como han sugerido algunos autores, una gran potencia inmune a las profundas contracciones del sistema capitalista pues incluso en el seno de cada una de ellas subsisten la desigualdad, el malestar social y la pésima distribución de la riqueza debido a los imperativos del proceso de acumulación, reproducción y expansión del capital.
Para México, el conocimiento de la evolución que muestran las seis grandes potencias es necesario, toda vez que en la era de la globalización y la interdependencia, las acciones que desarrollen esos poderes tendrán importantes consecuencias en el resto del mundo y por lo tanto también en el país. México además, aun cuando mantiene relaciones formales con cada una de ellas, presenta una asociación muy desequilibrada, toda vez que sólo una, Estados Unidos, es la que acapara buena parte de la atención y de los esfuerzos económicos, políticos, y estratégicos de los mexicanos. El presente análisis deja en claro que el mundo no cuenta solamente con un país indispensable sino que existen otros actores tanto o más influyentes e importantes que EEUU. Y por ello se considera necesario conocer la política comercial externa de México como elemento explicativo de su visión acerca de las relaciones económicas internacionales de finales de siglo y milenio.