Mundial de fútbol: oportunidad única para revertir la rusofobia

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21 de Mayo de 2018

Que Rusia ha sido una gran potencia mundial, especialmente a través del ejercicio del poder duro, está fuera de discusión. Ciertamente el deterioro que siguió a la desaparición de la Unión Soviética, supuso una debacle a lo largo de la última década del siglo pasado, misma que ha sido revertida con notable éxito tras el arribo de Vladímir Putin al poder. Así, ante la humillación que siguió a la desaparición de la URSS, con la consecuente crisis económica, política y social que colocó al país en una situación marginal en la política mundial, Putin interpuso una estrategia basada en el uso de los recursos de poder duro de que dispone el país, esencialmente sus capacidades militares y su enorme base de recursos naturales, en especial, los hidrocarburos -con énfasis en el gas natural. Putin apeló al orgullo nacional, en una sociedad necesitada de mejorar sus condiciones de vida. El líder ruso no se ha distinguido por ser especialmente democrático, pero su visión no ha sido errada del todo, al pactar una alianza estratégica con la República Popular China (RP China) a quien abastece de armamento -los chinos están impedidos de adquirir armas en Occidente debido al embargo impuesto por este desde 1989 en razón de los sucesos de Tiananmen. Asimismo, se ha propuesto recuperar el control del territorio ruso y más allá, mirando a Asia y al Ártico, reforzando su presencia en ambos, refinando sus capacidades militares, incluyendo el recurso a la ciberguerra, más su tecnología espacial y participando en diversos foros internacionales con posturas firmes, conciliando cuando así conviene a sus intereses, pero sin descartar el uso de la fuerza cuando lo estima conveniente.

La Rusia de Putin lo mismo ha atacado a Estonia que a Georgia. A ésta última la avasalló justo cuando se estaban inaugurando los Juegos Olímpicos de Beijing en 2008, con una combinación de ataques físicos y ciberbélicos. En 2013 dio asilo político al joven Edward Snowden, ex contratista de la Agencia de Seguridad nacional (NSA) de EEUU, famoso por haber rebelado numerosos documentos secretos que vulneran la seguridad nacional estadunidense. En 2014 Rusia se anexó Crimea, lo que generó una grave crisis en las relaciones del país con Ucrania y Occidente. De manera más reciente, se responsabiliza al gobierno de Putin, de haber intervenido en los comicios presidenciales de EEUU en 2016 a efecto de favorecer el ascenso de Donald Trump a la primera magistratura. Acusaciones similares versan en torno al referéndum celebrado en Cataluña en octubre de 2017. Estos sucesos han tensado las relaciones de Rusia con Occidente.

Una encuesta del Pew Research Center del 16 de agosto de 2017 revela que la imagen de Rusia en el mundo, en general, es mala. En la encuesta, realizada en 37 países, las percepciones más negativas en torno al país eslavo se acentúan en Estados Unidos y Europa, en tanto hay opiniones mixtas en Medio Oriente, América Latina, Asia-Pacífico y el África Subsahariana. Sólo tres países tienen una opinión mayoritariamente buena de los rusos: Vietnam (83 por ciento de los interrogados afirman tener una imagen positiva), Grecia (64 por ciento) y Filipinas (55 por ciento).

Lo anterior lleva a la interrogante de si Rusia debería o no apoyarse en el poder suave para mejorar su imagen internacional. Más importante es determinar si con el mero ejercicio del poder duro Rusia logra promover sus intereses instrumentales particulares en el mundo.

El deporte ha sido históricamente para Rusia, una oportunidad para evocar el orgullo nacional. En la era soviética y a lo largo de la guerra fría, la participación de la URSS en los Juegos Olímpicos, era la oportunidad para demostrar que el modelo político, económico y social funcionaba y era superior al occidental, o al menos así se buscaba promoverlo. Los atletas soviéticos que se alzaban en el medallero eran receptores de distinciones y prestaciones por sus logros. En 1980, Moscú fue sede de los Juegos Olímpicos de verano, justa a la que no asistieron Estados Unidos y diversos aliados, en protesta por la intervención soviética en Afganistán. Los acontecimientos posteriores, incluyendo la crisis por la sucesión política, el arribo de Gorbachov y la desintegración del país, llevaron a un impasse en el apoyo gubernamental al deporte, por lo que Rusia cayó en el medallero olímpico -en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en 2016, los rusos obtuvieron 56 medallas, figurando en el cuarto lugar, detrás de EEUU (con 121 preseas), Reino Unido (con 67) y la RP China (con 70). En los Juegos Olímpicos de invierno celebrados justamente en Sochi, Rusia, en 2014, el país eslavo se colocó a la cabeza del medallero, con 31 preseas. Como es sabido, el Comité Olímpico Internacional (COI) sancionó a Rusia por lo sucedido con Ucrania, prohibiendo su participación en los Juegos Olímpicos de invierno 2018 celebrados en Pieonchang, Corea del Sur.

En este sentido, el deporte y la política siempre se han mezclado en el país eslavo y esa situación prevalece al día de hoy con Putin, bajo cuyo gobierno se han organizado importantes eventos deportivos en la línea de presentar a Rusia con un rostro amigable a los ojos del mundo. La construcción de una nueva imagen exterior es una preocupación de los dirigentes políticos rusos, y la copa del mundo es una oportunidad para proyectar relaciones de amistad, cooperación y un rostro menos belicoso en las relaciones internacionales.