“Momento Económico”
22 de Mayo de 2014
A 60 años de la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), los clamores en torno a la necesidad de reformarla y adecuarla a los imperativos de las relaciones internacionales del nuevo siglo y milenio cada vez son más intensos. Surgida en el contexto de la finalización de la segunda guerra mundial, la ONU reflejó ciertamente las realidades políticas de su tiempo. Así, a las potencias vencedoras en el conflicto se les otorgaron ciertos privilegios en el interior de la nueva institución internacional, particularmente en uno de sus órganos fundamentales: el Consejo de Seguridad. Por lo tanto, Estados Unidos, la Unión Soviética, la República Popular China, Francia y Gran Bretaña se convirtieron en los únicos cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad con el derecho de veto, esto es, la facultad de paralizar cualquier debate o decisión que pudiera afectar negativamente sus intereses.
A pesar de que el derecho de veto inmovilizó a la ONU frente al intervencionismo de las grandes potencias, los padres fundadores de Naciones Unidas estimaron que ese era el precio que la institución debía pagar a efecto de mantener en calidad de miembros, en su seno, a los países más influyentes del sistema internacional. Recuérdese que el organismo de vocación universal que antecedió a la ONU, la Sociedad de las Naciones (SDN), se caracterizó por la incapacidad de retener a las grandes potencias de la época (Estados Unidos, autor intelectual de la SDN nunca ingresó a la misma; la URSS ingresó el 18 de septiembre de 1934 y fue expulsada el 14 de diciembre de 1939; e Italia, Japón y Alemania abandonaron ese foro el 11 de diciembre de 1937, el 27 de marzo de 1933 y el 14 de octubre de 1933, respectivamente, y se involucraron en una dinámica expansionista, belicosa e intervencionista). Los analistas estiman que eso explicaría en buena medida el desencadenamiento de la segunda guerra mundial. De ahí que, al configurar los rasgos de la ONU, se considerara conveniente mantener en su interior y a cualquier costo a las grandes potencias, ya que una nueva conflagración, con los destructivos sistemas de armamento existentes, podría llevar a una hecatombe inimaginable.
Si se asume que la misión de la ONU se resumiría, en última instancia, a su capacidad para evitar una tercera guerra mundial, tendría que reconocerse que su gestión ha sido exitosa, si bien el costo fue y sigue siendo sumamente alto. Cuando Estados Unidos invadía Vietnam o cuando la URSS atacaba Afganistán, la ONU estaba atada de manos -en virtud del derecho de veto-, para restablecer la paz internacional. Por otro lado, si bien en la guerra fría (y hasta el día de hoy) las grandes potencias no se enfrentaron físicamente, el llamado Tercer Mundo se convirtió en el campo de batalla, donde tanto EEUU como la URSS se involucraban en cierta dinámica regional, internacionalizando los conflictos y dejando, a su paso, una estela de destrucción y malestar social. Se calcula que en la guerra fría murieron tantas o quizá más personas que las que perecieron en la segunda guerra mundial y lo lamentable de ello, fue la imposibilidad de que la ONU impidiera esas confrontaciones.
Por eso, en la posguerra fría, y con el advenimiento de los 60 años de vida de la ONU, diversos estudiosos, figuras políticas, organismos no gubernamentales, intelectuales y gobiernos se han dado a la tarea de proponer reformas a fondo a la institución, por considerar que, desde su creación a la fecha, el sistema internacional ha sufrido cambios vertiginosos y Naciones Unidas ya no refleja las realidades políticas del momento actual. La reforma, sin embargo, es difícil. La inercia que ha adquirido la ONU, privilegiando a algunos de sus miembros, se enfrenta, además, a las disposiciones que para las enmiendas a la Carta de la institución fueron planteadas en los años de su aparición, en particular, las que establece el artículo 108.