“Momento Económico”
27 de Junio de 2013
Tras la guerra decretada por el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa contra la delincuencia organizada y con motivo de la recta final de su gobierno, es menester repensar la agenda de seguridad nacional. Ciertamente la seguridad nacional debe ser resultado de una política de Estado, no de gobierno, a efecto de evitar que cuando cambie el gobierno, cambie la política. Sin embargo en México, a falta de un proyecto de nación, las únicas directrices disponibles emanan de los planes nacionales de desarrollo de los gobiernos en turno.
En su plan nacional de desarrollo Felipe Calderón puso el acento en el empleo de las fuerzas armadas para enfrentar a la delincuencia organizada y esa fue la prioridad, en materia de seguridad, de su gobierno. El narcotráfico fue redefinido o catalogado como amenaza a la seguridad nacional, ello con el fin de allanar la intervención de las fuerzas armadas en su combate. Calderón ignoró otras agendas que en la acepción amplia de la seguridad, es menester ponderar. En 2009 enfrentó una emergencia sanitaria a raíz de la pandemia de la influenza A H1N1, la cual provocó serios problemas económicos al país. No sería sino hasta que se dio a conocer el Programa de seguridad nacional 2009-2012 -tardíamente-, que se incorporó como riesgo para la seguridad, a las epidemias y pandemias -es decir, se actuó de manera reactiva, no preventiva.
Por ello es importante contar con una política de Estado en materia de seguridad, en oposición a las tradicionales políticas de gobierno. ¿Cómo debería ser la agenda de seguridad nacional? De entrada, tendría que enfatizar la importancia de diferenciar entre amenaza, riesgo y vulnerabilidad, temas que a menudo son empleados como sinónimos y que, sin embargo, tienen características específicas las que, una vez identificadas, ayudarían a estructurar y jerarquizar debidamente las prioridades nacionales.
La relación simbiótica que debería existir entre seguridad y desarrollo ratifica su importancia en este contexto. No se puede aspirar a una sociedad segura sin desarrollo. Tampoco el desarrollo puede estar divorciado de la seguridad. A continuación, las amenazas y los riesgos estarían llamados a integrarse a la agenda de seguridad, en tanto que las vulnerabilidades serían la esencia de la agenda de desarrollo. Por lo tanto, la desatención de las vulnerabilidades, podría trascender los linderos del desarrollo para transformarse en riesgos, e inclusive, amenazas, impactando de manera decisiva la seguridad.
Este es el punto de partida para repensar la seguridad nacional de cara al nuevo gobierno, pero como política de Estado dado que, de otra manera, con cada cambio de administración se pierde continuidad y se reinventa al país, malgastando los recursos materiales y humanos de que se dispone –y que, dicho sea de paso, son finitos- y se tiende a actuar de manera reactiva ante los desafíos que encara la nación mexicana. Una política de Estado posibilitaría la prevención y un empleo apropiado de los recursos disponibles en aras de que México sea un país más seguro y, por supuesto, más próspero.