“Momento Económico”
29 de Noviembre de 2007
México y la República Popular China (RP China) celebran, en 2007, 35 años de relaciones diplomáticas. En estos siete lustros, ambas naciones han experimentado cambios vertiginosos con resultados distintos. Hacia finales de la década de los 70, la RP China comenzó a desarrollar importantes reformas sobre todo en el terreno económico, encaminadas a modernizar al país y colocarlo en una mejor posición política en las relaciones internacionales. En contraste, México hubo de reformar su economía en la segunda mitad de la década de los 80 en el marco de una terrible crisis, en aras de volver a ser sujeto de crédito, renegociar su deuda y atraer inversiones extranjeras que necesitaba –aun ahora- desesperadamente.
Hoy, México y la RP China cuentan con economías muy abiertas, pero mientras que el primero ha perdido competitividad en el mundo, dependiendo crecientemente de las exportaciones petroleras y de las remesas de los mexicanos en el exterior, la segunda es la economía de más alto crecimiento a nivel mundial, un imán para la inversión extranjera y una potencia exportadora sobre todo de manufacturas que tienen un mayor valor agregado a medida que pasa el tiempo. Ciertamente en el terreno político México está consolidando un proceso democratizador en tanto la RP China aun tiene esa tarea pendiente puesto que sus prioridades se orientan más a los terrenos económico, educativo, la ciencia y la tecnología y la modernización de sus fuerzas armadas.
El espectacular desenvolvimiento mostrado por la República Popular China, sobre todo a partir de finales de la década de los 70 a la fecha, está contribuyendo a generar las bases de poder para que, eventualmente, Beijing desafíe a Estados Unidos, al punto de contribuir a la configuración de un orden mundial bipolar. Este bipolarismo, sin embargo, de darse, sería muy distinto al de la guerra fría, toda vez que lejos de basarse en una competencia ideológica y militar entre los dos actores referidos, sería resultado, en primer lugar, del empleo del poder suave (soft power) de parte de la República Popular China, justamente para aminorar la percepción global en torno a la amenaza china. Ello no niega que Beijing dispone de poder duro (hard power), pero, debido a la enorme interdependencia que guarda respecto a Estados Unidos, sabe que un endurecimiento de sus relaciones con Washington le negaría acceso a los mercados e inversiones de esa nación, responsables, en buena medida, del boom experimentado por la economía china en todo este tiempo. Asimismo, a través del desarrollo pacífico (peaceful development), doctrina china que postula que el desenvolvimiento económico que experimenta el país no constituye una amenaza para el mundo y que, por el contrario, beneficia a las naciones del orbe, Beijing asegura el acceso a numerosos recursos naturales, financieros y mercados que necesita crecientemente para garantizar su propia prosperidad.
La República Popular China cuenta con un proyecto de nación, que, al amparo de una tradición milenaria, aspira a convertirse en potencia mundial. Beijing sabe que el proceso tomará tiempo y que, en el camino deberá sortear numerosos obstáculos, tanto internos como externos, por lo que ha dispuesto una serie de medidas para enfrentarlos. En el plano interno, la desigual distribución de la riqueza, la creación de mano de obra más educada y calificada, y la devastación ambiental, son, posiblemente, tres de los grandes retos a que Beijing deberá hacer frente. A nivel internacional, dado que Estados Unidos no desea que surja un mundo bipolar, toda vez que ello acotaría sus márgenes de acción, como quedó de manifiesto a la largo de la guerra fría, la República Popular China se ha dado a la tarea de tejer una serie de alianzas estratégicas con las principales potencias regionales del planeta. Muchos si no es que todos los países con los que crea estas alianzas (Japón, India, Unión Europea y Rusia), han tenido rivalidades históricas con los chinos, mismas que no han desaparecido y podrían reactivarse rápidamente. Sin embargo, el contexto posterior a los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 contra Estados Unidos, ha operado a favor de la República Popular China en diversos ámbitos: en primer lugar, la imagen de la amenaza china cedió ante la amenaza terrorista, convirtiendo a Washington y Beijing en aliados en la guerra global contra el terror. En segundo lugar, Estados Unidos ha favorecido sobre todo el uso del poder duro sobre el poder suave privilegiando el militarismo y el uso de la fuerza bruta en las relaciones internacionales, con resultados muy lamentables. Washington, país hegemónico, da tumbos, y muestra serios problemas para mostrar liderazgo y conducir al mundo a un entorno más seguro, lo cual anima a los países número dos (República Popular China, Japón, India, Unión Europea y Rusia) a asociarse, presuntamente para generar un ambiente internacional menos desordenado e inestable. Cabe destacar que de todos los número dos citados, la República Popular China se perfila como la mejor dotada para, eventualmente, prevalecer sobre ellos y enfrentar a Estados Unidos en la configuración de un orden bipolar.